domingo, 18 de enero de 2015

En la batalla

No había espacio apenas para luchar.Todo estaba colmado de hombres, armas, gritos…sangre derramada…
El hacha le rozo la cara, sintió su beso helado susurrándole la muerte al oído mientras su espada cantaba esa misma canción al portador del hacha, desgarrándole las entrañas. 
Aparto su cuerpo de una patada desenvainando a Garanea del cadáver, que cayo a peso sobre los pies de otro infeliz recién herido de muerte por saeta en el ojo diestro. Dio un paso al frente y formando un arco por su derecha con su amada compañera, asesto firme estocada al cráneo del herido rematándolo a el y a su yelmo de piel de cocodrilo, a la vez que
gritaba con furia enfebrecida.   
Jadeaba. Se permitió mirar a su alrededor un instante.  ¿Cuántos habrían muerto en ese rápido momento, en esa observación suicida? A menos de tres codos de el un Jkita  destrozaba la rodilla de uno de sus jinetes Lorios con esa extraña arma pesada que le parecía una burla al dios de la guerra, un gran martillo de bronce. En alguna dirección los escasos arqueros Jkitas que no habían huido continuaban tensando esos miserables instrumentos propios de mujeres y lisiados. 
Su mirar se detuvo.  Mientras recorría la batalla con los ojos, sepultados entre en frondoso pelo enrojecido por la sangre, uno de esos bailarines de la espada que pretendían ser líderes entre los Jkitas se adelanto hacia el a escasos seis codos, blandiendo a dos manos una enorme y bella espada del color del oro. 
Sonrió dando tres pasos atrás. Bailan bien los Jkitas con sus espadas, el ingenuo descargo su cólera pretendiendo que la detuviese con su espada, para al momento  proyectar una firme patada al vientre del viejo Oso Rojo.  
Necio.  
El viejo experto acepto la broncínea espada elevando la suya propia al detenerla, y acepto también la pretendida patada, resistiendo al completo el efímero impacto, sin inmutarse.  Con un fuerte bramido,  su hermana en el camino dividió en dos la pierna del danzarín por sobre la rodilla, y antes de que el pedazo tocase el suelo le asesto una autentica patada en el pecho, que convirtió al danzarín casi en saeta de balista, reventándolo por dentro y matándolo con toda seguridad al instante.  
Sonrió.  Casi pudo notar el desaliento Jkita en torno a el.  “Perros”
Estiro su musculoso torso y su brazo casi al completo, degollando con la punta de su espada a otro Jkita confuso por el fragor de la batalla.  Una flecha perdida se fue a clavar en su hombro como caída del cielo, quizá mandada por los débiles dioses de tan lamentables guerreros.  Vio a otro pretendido danzarín enfocarle como retándole a poco menos de diez codos, pero el indigno ni caminar pudo pues un hacha de alguno de sus hermanos tuvo a bien clavársele en el yelmo, y mas allá, a la diestra de su sesera.

-¡¡YA QUEDAN POCOS PERROS!!—Grito como una bestia embriagada. Y numerosas gargantas  respondieron por doquier desgarrando el aire frío de la mañana, y el animo empobrecido de los conquistados.  Otro vistazo veloz. Ya había espacio.

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